martes, 21 de diciembre de 2010

El metro.

Aquí estoy de nuevo, con muchísimas cosas en la cabeza y sin las palabras adecuadas.

Está lloviendo y alguien intenta arrancar su coche, que hace un ritmo semejante a cualquier canción electrónica. Apuesto a que el que inventó ese estilo musical se inspiró escuchando a un coche arrancar sin éxito.

Pero no sé qué decir. Salvo...

Salvo que cada vez me indigno más, por ejemplo en el metro: cuando la gente no deja salir antes de entrar, y se mete en los vagones atrincherando a la gente que quiera salir; cuando dos personas corren como alma que lleva el diablo cuando hay un asiento libre;

¡Un hurra por el coche que ha conseguido ponerse en marcha!

cuando al personaje de turno comparte la música que lleva en su móvil, música que los que duermen, hablan, leen o piensan en sus cosas no quieren compartir; o cuando un tropel de gente se amontona cerca de la puerta de salida, aunque no se vayan a bajar, y aún así no se mueven cuando lo vas a hacer tú; además, he descubierto que los distintos tipos de papeleras que hay no sirven para nada: acaba todo en la misma bolsa; me desesperan los grupos de gente que se quedan a conversar en medio de la circulación, y que lo ponen bastante difícil a la hora de rebasarles; me indigna ver a perros la mayor parte de su vida metidos en un vagón, con una correa, un collar de metal y un bozal, sólo porque a otros les ha apetecido tener perros llendo de una línea a otra a 50 metros bajo tierra; odio que la gente se quede a la izquierda de las escaleras mecánicas, ahí, quietos,... Pero lo que más me indigna es la pasividad que tenemos hacia los que nos rodean.

Ya va haciendo frío. Y sigue lloviendo, cada vez con más fuerza. Para más inri, tengo la garganta como la suela de un zapato.

Y, en cambio, hay otras cosas que me encantan: hacer muecas con el niño de en frente; sentirme una deportista de élite al correr para coger el metro; ver cómo se conoce gente; ir de izquierda a derecha durante unos segundos con la persona que delante de tí, para no chocar; ver a una pareja de viejecillos conversar; leer frases sueltas del libro que tiene el de al lado,... Pero lo que más me gusta de todo es... ¡la gente que toca en el metro! ¡Qué gente más maravillosa, qué curiosa, hermosa y sabrosa! Con qué sutileza te alegran el viaje, con guitarras, pianos, bandurrias, acordeones, flautas, saxos, botellas de plástico (sí, botellas de plástico), trompetas y voces. Nunca me cansaré de decirlo: ¡Me encanta la gente que toca en el metro!

Esto ya empieza a ser lo que se denomina "una lluvia intensa" o, lo que dirían otros: "¡Má! ¡Amo tirando pa la cá que támpejando abrí!"

¡Así que me voy!

jueves, 16 de diciembre de 2010

Los grandes placeres de la vida.

Esta vez el frío ni siquiera ha esperado a que me sentara. Hace tiempo que me ha invadido el cuerpo entero. Lo de las noches anteriores no era frío, comparado con esto.

Últimamente me estoy dando cuenta de los grandes placeres de la vida:

Desayunar, comer y cenar caliente (o por lo menos tener lo medios para hacerlo), abrir un grifo y que salga agua fría o caliente, potable y de manera continua, llegar de la calle helada y tener un hogar: un lugar calentito donde puedes estar segura y protegida, tener distinta ropa que ponerse (limpia y con un olor entrañable), tener la oportunidad de cursar unos estudios, de hacer viajes de fin de curso y excursiones,...

Todo parece en calma, menos por el castañeo de mis dientes y el temblor de mi cuerpo. De vez en cuando el aviso de un mensaje me hace salir al exterior, un mensaje que contiene palabras hirientes de un mal entendido. Trato de explicarlo, sin derivar a otras cosas, tranquilamente.

Y sabemos de sobra que hay gente que no dispone de estos grandes placeres. Pero, como vivimos rodeados de miles de personas que también disfrutan de éstos, nos cegamos e intentamos olvidarlo.
Incluso nos atrevemos a quejarnos (es no podemos evitarlo) de lo que ha subido la gasolina, el tabaco y el pan. ¿Por qué ahora se piensa "Ay, pobrecitos...", cuando hemos sido nosotros los que hemos sometido a medio mundo? ¿Por qué no se ayuda en vez de tratar de olvidarlo? Sí, los Occidentales somos una joyita.

La nariz ya se me ha congelado y, al igual que ayer, me duele lal piel de las manos. Me retiro.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El ser humano

Vuelvo a escribir hoy también. Esta vez no hay una alarma estridente, ni una temperatura especialmente baja, aunque presiento que el bolígrafo se va a quedar sin tinta.

Llevo dándole vueltas un tiempo, a la complejidad del ser humano. Ahora bien, puede que el resto de seres vivos posean mayor complejidad que los seres humanos y que éstos no lo puedan reconocer por el hecho de ser simples. Pero supongamos que el ser humano es complejo. ¿Qué características tiene? Se aniquila a sí mismo. Es cierto que prácticamente toda la especie animal se puede matar a sí misma. Pero nosotros no matamos: aniquilamos. Creo no haber visto nunca a un león acabando con la mayor parte de su manada, -ni a un oso, ni a ningún animal- y menos por avaricia o venganza. Esa es una de las diferencias que tenemos con el resto de especies, pero no olvidemos que la diferencia principal es que nosotros nos caracterizamos por el uso de la RAZÓN. Qué ironía.

Apenas puedo percibir lo que tengo a mi alrededor, siento estar cobijada en alguna parte de mi mente.

Y pasando por alto ese detalle, piensa: Matamos a las plagas de mosquitos, de ratas, de cucarachas,... porque son molestas, porque son demasiadas en un espacio reducido, porque nos quitan nuestros recursos, pero... ¿y nosotros? Nosotros somos una plaga. Una plaga de seres humanos que se han extendido por todo el mundo, que han arrasado con todo, que encima han privado de libertad a todo aquello que habitaba anteriormente y que se han apropiado del mundo con una rapidez asombrosa. ¿Y quién acabará con nosotros? No hará falta nadie ni nada que lo haga, lo haremos nosotros mismos. Lo que Hitler fue para Alemania, somos nosotros para La Tierra.

Comienzo a tener ya las manos y las orejas dormidas por el continuo frío, que quiere pasar desapercibido pero no lo consigue. Pero aún no he acabado.

Y el ser humano, al igual que Hitler, acabará matándose a sí mismo y a los que están a su alrededor, no sin antes haber destruído todo lo que encontraba a su paso y haciendo del mundo un lugar prácticamente inhabitable. Grandioso será el día en el que el ser humano sea capaz de usar la razón y se de cuenta de lo que está haciendo. Grandioso pero lejano.

Será mejor que lo deje por hoy, ha sido un rato intenso. Menos  mal que el bolígrafo no se ha quedado sin tinta.

Ansias.

Ansias de desahogarme, de volver a escribir, de volver a dar tumbos por mi conciencia.

El frío me mata, y cerca de mí hay un coche en el que no para de sonar la alarma. El frío se apodera de mí y el sonido de la alamrma me taladra el oído, pero no van a poder conmigo porque hoy NECESITO desahogarme.

Ni siquiera sé por dónde empezar ni qué decir. Bueno sí, una cosa:

Se me hace insoportable ver gente descorazonada. La veo constantemente, en un día normal, y se me parte el alma. Se me parte el alma porque la mirada perdida e inundada de lágrimas de una persona - en el metro, en la calle, en un parque o en tu propia casa- es la mayor desgracia que te pueda pasar. Eso, y no saber cómo ayudarles. Y siento constantemente impotencia. Me gustaría decirles las palabras adecuadas para que se les olviden las desgracias por un momento. Y no encuentro ni las palabras, ni el momento, ni el valor para decírselo. Confío en que algún día lo consiga. Lo ideal sería que no hubiera gente descorazonada. La más grande de las utopías. Pero sin utopías no hay esperanza.

Cada vez está bajando más la temperatura, y ha empezado a llover un poco. La alarma del coche vuelve a sonar por momentos, intentando desconcentrarme, pero no lo consigue.

Otra cosa que no soporto:

La sensación eventual de incomodidad que tengo hacia este lugar. No es que no me guste, al contrario, aquí he pasado toda mi vida y no lo olvidaré. Pero a veces me ahogo en esta ciudad. Me gustaría viajar por todo el mundo, vivir en la playa, conocer nuevas experiencias. Y, como siempre, estas son las cosas que toda persona queire hacer cuando es joven, y no lo hacen. Y encima, con el paso del tiempo, se convencen de que esos sueños eran tonterías de niñ@s. Y eso me inquieta. Me inquieta saber que yo podría acabar así. Y me da un miedo terrible. Y quiero moverme ya, y hacer todo eso.

Siento el frío en los huesos pero la alarma del coche ha dejado de sonar. Prefería la temperatura de antes y la alarma estridente del coche a la temperatura que hace ahora.

Pero siempre hay cadenas invisibles a las que te atas, porque es cierto que las aprecias. Sabes que probablemente por romperlas durante un tiempo no vas a perderlas, pero siempre piensas que sí podría pasar, y prefieres encadenarte a ellas porque son lo que más amas en tu vida, porque son tu vida. Pero... ¿y las ganas de viajar por todo el mundo, vivir en la playa y conocer nuevas experiencias? He aquí un pequeño dilema. Porque no quiero romper las cadenas de los que me rodean y también quiero volar por mí misma.

No soporto este frío, tengo los labios morados, y no siento la mayor parte de mi cuerpo. Tengo las extremidades entumecidas.